sábado, 11 de agosto de 2012

Rejuntar es todo un arte, me refiero a rejuntar chucherías, ese trastorno casi compulsivo por acumular cosas con valor “significativo”. Aunque gracias a ese valor muchas baratijas se cotizan por las nubes, como todo, el valor significativo suele superar al económico.

Los collectors o coleccionistas, esa rara especie humana que va por el mundo acumulando cuanta cochinada existe sobre algo o alguien, pueden vender su alma al diablo a cambio de la estampita más intrascendente, pero allí está el arte: esa capacidad de cruzar el mundo entero si es necesario a cambio de atesorar toda una vida en cosas materiales.

Existe una larga lista de tipos de colecciones que van desde las más comunes como los timbres postales, las monedas, los muñequitos de Star Wars y antigüedades en general; hasta las más raras, como los que coleccionan hojas o calcetines rotos, las colillas de los cigarros o basura y qué decir de los que van sumando a su lista mujeres o maridos, en fin.

Algunas colecciones tienen su nombre específico como la numismática (monedas) o la deliotolofía (postales), incluso existen convenciones exclusivas para coleccionistas de determinada rama (como si fuera una ciencia), y museos que exponen las más grandes colecciones de algún tema. Entre los más grandes coleccionistas destacamos al austriaco Arnold Philippe de la Renotiere von Ferrari, un filatélico (sellos) famoso por poseer la más cuantiosa compilación en el mundo.

Además de todo, tenemos la maquinaria publicitaria que nos obliga desde niños a volvernos collectors, por si creías no pertenecer a esta rara especie, tazos… pepsilindros… las estampitas de Dragon Ball… los discos de The Beatles, Michael Jackson, bendita publicidad. Y, bueno, antes de seguir poniendo en evidencia mi edad, confieso que también hubo una extraña fuerza que me impulsaba a juntar esas baratijas que tan pronto como acababa la promoción, terminaban amontonadas en el cuarto de los tiliches o, bien, en la basura, por cierto, siempre incompleta la colección.

Esa extraña afición casi devota de muchos por acumular cosas, parece tan ajena y familiar al mismo tiempo, sin darnos cuenta vamos recopilando cosas, a veces sin querer y otras con toda la intención: las fotos, todos los peluches de Navidad, las películas, los libros; el ser humano es naturalmente acumulador. La enfermedad inherente a todo el que se atreve a pisar este mundo es sin duda la acumulación; a veces de forma emocionante y placentera, a veces no tanto porque hay quienes sólo acumulan kilos o errores.


Y de ello quería hacer este post, de las cosas absurdas y hasta estúpidas que juntamos y rejuntamos con gran empeño, ésas que hasta inconscientemente clasificamos por tamaño, peso o color y de las cuales hacemos incesantes inventarios, pero terminé en una recopilación de nimiedades para darme cuenta que mi desapego por las cosas es una falacia si también pertenezco a esa extraña especie que guarda chucherías, recopila historias, tiene una enorme antología de instantes, colecciona recuerdos y sí, también se ata al pasado con esas cosas materiales por efímeras que parezcan, su valor real es el significado que le dan a nuestra vida y el vacío que puede provocar el perderlas.
Los collectors resguardamos la esencia de lo intangible en algo que parece circunstancial, pero ese síndrome va más allá de sentirse simplemente poseedor de algún bien, es esa necesidad casi miserable de pertenencia a un tiempo y espacio. Coleccionar es llanamente el arte de recordar, de no dejar escapar un instante, de no darle tregua a la mente.
Siguiente
Entrada más reciente
Anterior
Última entrada

0 comentarios :

Publicar un comentario